10 ene 2006
El regreso de Rocky Balboa
Delante del espejo me encuentro a una caricatura de mí mismo. Deplorable imagen. Un ojo morado casi cerrado, una ceja muestra el surco seco de haber canalizado litros de sangre y los labios tan hinchados que más parecen los de Louis Armstrong. La cabeza, deformada por varios chichones, se asemeja a la del hombre elefante de Lynch. La nariz está intacta, solitaria entre los despojos de un campo de batalla.
Ayer tuve que usar los puños, pero por la suerte que corrió mi intacto contrincante más parece que ni los hubiera sacado del bolsillo. Me encontraba acodado en la barra de un bar bebiendo tranquilo mi séptimo whisky, embelesado por la belleza de mi escanciadora. Una rubia despampanante con senos protuberantes asomados a un escote infinito, que a cada movimiento hipnotizaban las miradas masculinas. Los clientes, unos snobs, “proges” y reprimidos, incapaces de pasar de una mirada lasciva de soslayo. Me animé con semejante hembra y le solté el primer piropo: “vaya curvas, me gustaría perderme en ellas sin frenos”. Fue ignorado como un posavasos sucio. Con la siguiente copa (la octava, creo), ante la impasible actitud de la rubia, me encaramé por encima de la barra justo cuando ella –ausente– se disponía a agacharse frente a mí y me mostró sus preciosos pechos hasta la frontera que marcaban unos duros pezones.
En ese instante, un brazo como una pierna me devolvió a mi asiento de un golpe seco. Cuando me giré, vi a un titán en camiseta. Me invitaba a abandonar el local señalándome la puerta con el dedo. No era momento de dialogar. Mi lengua no habría podido responder. Le solté un golpe de derecha que pasó de largo a un palmo de la mandíbula. Rectifiqué sin respirar y le lancé el vaso con el hielo. Apenas le salpiqué la camiseta. A partir de ese momento comenzó el festival del gigante Goliat. Me agarró por el cuello y me arrojó varios metros hacia la salida. Rodé entre sillas, mesas y las sonrisas de los malditos snobs acabando bocaarriba. Sin tiempo para levantarme me atizó tres puñetazos: un ojo, una ceja y los labios fueron sus objetivos. El resto no lo recuerdo.
Con este malogrado aspecto tengo que recibir a un paciente: Rocky Balboa.
Ya está aquí.
-¿Se puede?
-Adelante, por favor. Tome asiento.
Apago la luz principal para dejar que una pequeña lámpara atenúe la estancia con su suave claridad.
-Gracias doctor. Seré breve. Tengo que regresar de inmediato a Filadelfia, estoy en pleno rodaje.
-Cuénteme señor Balboa.
-El miedo me invade. Estoy aterrorizado. En el rodaje de la sexta parte de mi historia después de muchos años me tiene preocupado. Han pasado treinta años desde la primera parte y quince desde la última. Además, la prensa, la televisión y algunos círculos cercanos se burlan de mí. Desean que fracase. Que salga derrotado por KO. Que me hunda para siempre. Quizá por mi edad me está afectando demasiado y no estoy centrado.
-Mire, señor Balboa. Usted ya ha demostrado ser todo un campeón. Todo el mundo lo reconoce. Salió catapultado a la gloria en su primera andadura. Lo que ocurre es que las secuelas siempre crean desconcierto. Pero usted es Rocky Balboa, el auténtico potro italiano, todo un campeón. Incansable luchador, tenaz y constante como ningún otro púgil de la historia del cine. Demuestre quien es. Salte al ring como siempre lo ha hecho. Confiado. Seguro de sí mismo. Su carrera le avala. Y muchos que ahora sarcásticamente bromean con su vuelta, vibraran cuando comprueben que no le pueden noquear. Ni a los sesenta años. ¡No hay dolor! ¡No hay dolor!
Su mirada de tigre desvalido deja paso a un brillo de esperanza en sus ojos. Levanta la cabeza y se incorpora de un salto. Comienza a trotar en el sitio. Izquierda, derecha. Lanza unos cuantos golpes al aire.
-Gracias doctor. Se lo recompensaré.
-De nada. Y déle recuerdos a su hijo. Me caía bien.
Desaparece veloz entre las sombras.
Mi cabeza me va a estallar. Esto es peor que una resaca. Un poco de whisky y Miles Davis me repondrán.
Etiquetas:
Terapias
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
11 comentarios:
Ahora me encuentro en una dura disyuntiva: no me decido entre tomar más ginebras con Eddi Vansi o acudir a su consulta a que trate mis ideas recurrentes...
En todo caso, siempre podemos gozar los tres escuchando algo del viejo Davis.
maltitostacones, cuando quieras visita mi gabinete. Yo pongo el whisky.
mambanegra, Rambo creo que está ocupado pero mi viejo amigo White Chocolate me ha comentado que amenaza con regresar. Los héroes de los ochenta regresan! Ahora que Depp y Burton vuelven, ¿esperamos a Manostijeras?
mambanegra, se me olvidaba. Gracias por el link. Muy amable.
El héroe de policial negro entre snobs progres dá más para "La pistola desnuda".
¿Alguien sabía que el pibe de Rocky (creo) IV era boxeador en serio y cuando se supo que tenía SIDA lo echaron y no boxeó más?
mavrakis: nunca me gustó Leslie Nielsen. El Dr. Strangelove está muy por encima de esa basura.
Saludos.
Tal vez sea algo patológico doctor, pero he de confesarlo: no he visto ni una sola de las películas de la saga de Rocky. Confío en que sea algún trastorno leve y con pronta cura...
En cuanto a pistolas, lo reconozco: entro directamente en la categoría diagnóstica de "Hortera", me derretí con "La Pistola de mi hermano". Definitivamente, creo que esto sí que no tiene cura.
malditostacones: no es patológico, es que hay que tener algo más que tiempo para sentarse a ver al potro italiano. De todas formas, en una sesión de alcohol y desesperación, Rocky I hasta te despierta.
Saludos
Es que están leyendo "La Pistola Desnuda" como un sustantivo seguido de un adjetivo, cuando en realidad se trata de un sustantivo seguido de un verbo.
Eso lo cambia todo.
Gracias por la aclaración mavrakis. Se hacía necesaria. Bajo el influjo del alcohol a veces no se está todo lo agudo que se requiere.
Saludos.
Gracias doctor por la inclusión de mi blog entre los "recomendados".
Un beso... Hoy, reposado en su copa de whisky.
Publicar un comentario