
Las noches de los sábados son especiales. Las noches de los sábados están hechos para la diversión, para dar rienda suelta a las relaciones, para soltar la rutina y encontrar un momento que justifique el esfuerzo realizado y nos entusiasme con repetirlo. En la noche de los sábados el amor se consuma, la pasión se desata y se prolonga hasta bien entrado el domingo, haciendo que el lunes sea odiado. No suele ser, en mi caso, la noche qué más diversión encuentro o en la que el sexo llena mi cuerpo. Cuando los demás rien, beben o follan yo no suelo encontrar mi momento. No recuerdo noches de sábados en los que rozara el cielo. Por eso y por que hay que romper con los tópicos que te atrapan, decidí pasar una noche de sábado especial. Esta vez sí iba a rozar el cielo, al menos estar lo más cerca posible. Y no se me ocurría mejor forma que acabar la noche del sábado en el
Séptimo Cielo.
Deambulé por garitos repletos, viendo mujeres espectaculares que se molestan cuando las miras lascivamente más de diez segundos. Regando mi garganta con abundante whisky, sin rumbo definido, dejándome arrastrar por la noche. Cuando empezaba a tener la lengua como un cartón y la mirada chispeante decidí culminar mi alegre estado en compañía femenina. Mi peregrinación hacia el
Séptimo Cielo me va llenando de estímulo, me voy imaginando la hembra que me tomará entre sus piernas y mi caminar se acelera de forma hipnótica, controlado por mis gónadas
Cuando llegas arriba y se abres la puerta la tenue iluminación te mete en ambiente al segundo. Me tomo una copa en la barra mientras diviso la fauna libre y voy haciendome el cuerpo. De repente mientras trabaga la segunda copa, un perfume penetrante me envuelve a la vez que una lengua caliente y húmeda me roza el cuello. Mordido de soslayo por una vampira y yo sin percatarme. Su sonrisa delataba una noche haciaga que necesitaba un cliente fácil. Y dió con él. No dudé mucho. No estaba para castings ni selecciones. Y ese ataque por sorpresa me causó el efecto buscado. Ya en la habitación me dejé desnudar mientras mis manos se movían deprisa buscando carne caliente. Ella, morena, alta y bien dotada, parecía extranjera o muda, puesto que no abrió los labios para pronunciar palabra alguna. Sus labios gruesos me sumieron en placer inmediato que derrumbó en la cama. Agarrado a las sábanas no podía ni abrir los ojos. Un silencio abrumador apenas rasgado por mis leves gemidos acelerados imbadía el ambiente junto al excesivo perfume de la muda. Mi éxtasis estaba en plena ascensión, viendo aproximarse ese momento en el que el cuerpo lo es todo y de repente un portazo y unos gritos nos interrumpieron. Como dos posesas, chillaban y en un instante se montó un guirigai impresionante. La habitación llena de mujeres, todas alteradas, increpándose unas a otras y yo allí tumbado. Con los pantalones bajados, sin fuerzas ni para incorporarme y con mi ascensión frustada de un tajo. No tenía ni idea de lo que ocurría. La muda empezó a hablar, no la entedí. Todas gritaban, hablaban al mismo tiempo, hacían aspavientos las luces se enciendieron de repente y pude contar más de quince personas en mi habitación. Lo poco que pude entender era que alguien intentó robar o atracar el burdel. Entre el desconcierto me escabullí y pude salir con disimulo y habilidad del bullicio. Bajé hasta el hall y aproveché que muchos salían despavoridos para unirme al tropel.
Tengo mala suerte. Una noche de sábado más se conjuró para que no la culminase como se merece. Maldita sea.

Sin apenas tiempo para reponerme, el sol ha aparecido y espero pacientes. En este caso dos mujeres de armas tomar que necesitan mi ayuda.
Llaman a la puerta.
Pasen por favor. Dos forajidas, morenas, bellas, pero forajidas entran con decisión.
Hola doctor, somos Sara Sandoval y María Álvarez, somos
Bandidas.
Que presentación más clara y escueta.
-Adelante por favor. Tomen asiento. ¿En qué puedo ayudarlas? Veo que son mujeres decididas y valientes.
-No presuponga nada doctor -habla Sara, que parece llevar la batuta-. Nosotras estamos en apuros. Todos se ríen de nosotras, no nos respetan y vamos a hacer un boicot. Como nadie nos toma en serio, vamos a huir y no estaremos para el estreno de nuestra película.
-Vamos a ver. Es la primera vez que me encuentro con este caso. Si ustedes no se presentan al
estreno no podrán proyectar la película porque son las protagonistas. Así no creo que ayuden mucho a que las respeten.
-Ya verá como sí. Ya hemos amenazado con ello y no lo han tomado en serie. Pero cuando se acerque el momento...
-¿Por qué exactamente no las toman en serio? Son ustedes dos rostros conocidos y reputados que trabajan juntas protagonizando una película. Eso es un aliciente importante.
-No doctor. Nos ven como dos personajes femeninos cuyo único gancho es nuestra belleza y apareciendo en un western, terrano vedado, exclusivo para hombres, donde las mujeres
que suelen aparecer tienen papeles secundarios y siempre bajo el yugo de poderosos pistoleros que son los que tienen el verdadero protagonismo. Y, ahora, aparecemos nosotras en un western como bandidas y se ríen. Queremos reivindicar nuestro lugar.
-Bueno visto así, parece que tienen algo de razón. Pero aún así, siempre abogo por el diálogo, al final se consigue a través de las buenas actitudes lo que se busca. Pero ustedes verán lo que hacen. No se lo tomen a mal, pero ya verán como todo se arregla y no necesitan empuñar sus armas de fuego. Al final todos las respetarán.
-Esperemos que sea así -dice María, hasta ahora callada y asintiendo todo lo que Sara expresaba-.
-Nos vamos doctor. Esperemos que se arregle como usted nos sugiere. Por el bien de la película. Gracias por escucharnos.
Se marchan algo más reposadas y tranquilas pero con ese geniecillo femenino, poco convencidas realmente.
No puedo evitar mirarles el culo apretado. Pequeñas pero prietas y bien puestas. Se giran y me pillan infranti en plena lasciva ojeada. Sonrío y Sara frunce el ceño y cierra de un portazo.