
Por mi parte, poco tengo que hacer aquí sino arrumbarme en el sofá visionando películas entre botellas de whisky, tocamientos impuros, pensamientos ficticios y la más absoluta dejadez y abandono. Creo que la oferta de marcharme a Hollywood es lo mejor que puedo hacer. Mi decisión está tomada. De nuevo regresaré a la californiana urbe de Los Ángeles, lugar que me hace llenarme de recuerdos, muchos casi borrados y pocos inolvidables. Hace muchos años de mi estancia allí y ahora White Chocolate me brinda una nueva oportunidad. Me servirá para desaparecer unos días del hastío y sumergirme en nuevas vivencias, que seguro no me defraudarán de su mano. Tendré que costearme la estancia haciendo de su colaborador. Colándonos en fiestas prohibidas, aguardando en el interior de un coche a las estrellas en las puertas de sus guaridas, buscando soplos en sucios hoteles, contrastando rumores con chóferes... todo para lograr información de primera mano, para venderla a la correosa prensa amarilla, ávida de escándalos en pleno verano. Me vendrá bien un poco de alocada aventura, además aprovecharé para un poco de promoción del gabinete entre futuros pacientes, que falta hace.
También espero tener tiempo de subir a la colina de Hollywoodland y ver como el sol cae al fondo, dejando que el ombligo del cine se ilumine de neón sobre su piel de asfalto y cartón.
Es momento de hacer maletas. Y cerrar la persiana del gabinete por unos días. Hollywood me espera. Regresaré con fuerzas renovadas.