
En estos días que el calor empieza acompañarte día y noche, se me hace cuesta arriba ponerme manos a la obra. Tengo clientes desatendidos, el gabinete hecho un desastre y ni siquiera me acuerdo cuando comí en condiciones la última vez. El verano comienza y el sopor me invade hasta la médula, convirtiéndome en un plátano. No camino, sino que me arrastro, no hablo sino balbuceo y tan sólo se me apetece quedarme apoltronado en la cama o en el sofá.
Lolita, mi secretaria, ante la desidia que llevo ejerciendo se ha tomado unos días libres. El teléfono apenas suena y no hay trabajo atrasado. Bueno, más bien ni siquiera hay trabajo. Parece que mis pacientes se han evaporado, no quieren o no necesitan que un impresentable como yo les aconseje como afrontar la avalancha de estrenos estivales que se se presenta. Ni siquiera mi amigo White Chocolate, corresponsal de la meca del cine, me provisiona de jugosas noticias. Caída en barrena. Hundido en un agujero negro, en una espiral espacio-temporal. Ni tan siquiera el whisky me levanta el ánimo. Necesito salir de esta crisis apática que me entumece los huesos y el cerebro.
De repente suena el teléfono. Tan simple sonido me despierta del letargo, como si hubiese tocado fondo y no me dejase caer más. Es un nuevo paciente. Quiere una cita. Me quedo callado, como si estuviese consultando la agenda para buscar un hueco y, en realidad, es que no me brotan ni las palabras. Claro que sí. ¿Urgente? Por supuesto.

Llaman a la puerta. Un gordinflón con cara de macarra:
Nacho Libre. Va ataviado como un monje, sólo que su aspecto delata más un disfraz que una realidad. Veremos que me cuenta.
-Adelante, por favor.
-Gracias doctor.
-Tome asiento.
Sirvo dos copas y él me niega con un gesto. Me pongo la mía. Doble. De un trago. La mandíbula se desentumece al instante. La garganta pierde su sequedaz. La lengua comienza a resucitar.
-¿En qué le puedo ayudar?
-Verá doctor. Como sabe mi
película está a punto de su estreno. Tan sólo quedan unos días. Llevo toda la vida viviendo en un pequeño monasterio mejicano. Me encargo de la cocina. Y mi vida está dedicada por entero a esta vida monacal. Simple, sencilla, recojida. Últimamente, el monasterio está venido a menos y los problemas financieros son acuciantes. No me miré así que no he venido a pedirle limosna.
-Bien. Es un alivio. Yo también ando sin blanca. Prosiga, por favor.
-Pues como le decía, la situación económica no es precisamente boyante. Así que ante el aprieto me tuve que apuntar a un torneo local de lucha libre para conseguir algo de dinero con el que poder ayudar al monasterio. Junto con un amigo nos hemos convertido en luchadores. Nos que me apasione pero la situación me ha empujado a ello.
-Hasta aquí todo comprendido. Y muy loable su actitud. ¿Cuál es el problema entonces?
-Pues que me está empezando a gustar demasiado y estoy descuidando mis obligaciones cotidianas. Y, además, no estoy seguro de estar haciendo bien. Encomendado a una vida austera y religiosa, dejarse arrastrar por la lucha libre, en plan espectáculo y mamporreando a adversarios para ganar dinero va en contra de mis principios.
-Verá, Super Nacho: no debería preocuparse por esto. Precisamente me lo ha justificado usted mismo. Se ha visto empujado a ello. Lo está haciendo por una buena causa y es normal que se vea tentado por ese espectáculo. Tenga en cuenta que ha vivido mucho tiempo enclaustrado y ahora está viviendo nuevas experiencias. Por la religiosidad de su acto tampoco debería temer demasiado. Mucho más se ha formado con códigosdavinci y demás. La Iglesia anda muy ocupada defendiéndose. Además, su motivo es plausible. Ya quisieran muchos disponer de un espíritu tan altruista y tan generoso como el suyo. No se preocupe más. Dentro de unos días, el público comprobará (y seguro se divertirá) como se las gasta para luchar. Marche tranquilo. Pronto verá como se le pasa ese sentimiento contradictorio.
-Muchas gracias doctor. Sus palabras son alentadoras y clarividentes. Dios le ayude como se merece.
-Gracias a tí. Me has ayudado en la misma medida.
-¿Cómo?
-Nada, son cosas mías. Mucha suerte con su película.
-Gracias de nuevo. Hasta la vista doctor.
-Adios.
Los mecanismos de mi cerebro han reanudado su funcionamiento. Parece que no estaban tan desengrasados como intuía. Bueno. Me pondré manos a la obra para retomar todo lo aparcado. Ya es hora.