25 ene 2009

La llave


Quizá fuera de noche o no. Estaba somnoliento pero no sabía si había dormido suficiente. Quizás sólo había iniciado el primer sueño. Un soplo de aire gélido agitó la habitación. Las sábanas se izaron levemente. Sentí un pequeño escalofrío. Estaba a oscuras, con las ventanas cerradas y tan sólo una matizada luz entraba por la puerta. En ese preciso instante abrí ligeramente los ojos y la vi. Allí en medio de la puerta, una silueta cortada y definida. Una niña. O quizá fuera un niño, me estaba mirando. No sentí miedo pero me incorporé. No era como esos niños demoníacos que te visitan para llevarte al infierno. Tenía un aspecto pálido casi fantasmal, pero sus grandes ojos la hacían parecer una niña tierna. No esperaba malas intenciones, pero cuando medio dormido tienes esa visión lo menos es contrastarla, saber si es cierta, pero no le hice caso. Me giré dispuesto a volver a mi estado vegetativo y no escuchaba nada, pero el sueño se me había escapado, me incorporé y seguía allí mirando sin decir nada. Sin hacer nada. Me hizo un leve gesto de que la siguiera y se dio media vuelta.

No tenía opción había que contrastarlo. Que una niña así te visite y te invite a acompañarla era más interesante que dormir sin otra opción mejor. Atravesé el pasillo y la vi junto a la ventana. La abrió y salió fuera. Me acerqué. Había una niebla tan intensa que no se distinguía nada. Era el vacío absoluto, una luz tenue tamizada se filtraba entre la cortina de niebla y nada más. La niña se incorpora y desaparece en la niebla. No pensaba saltar al vacío. Y menos con niebla. Eso sí que no, así que estuve quieto intentando ver algo. Era como una foto completamente desenfocada, sólo un gris inmenso. Escuché un grito. ¡Eh! ¡Vamos! Sonaba cerca. Me lancé.

Caminábamos muy próximos, ella delante, me guiaba. Seguimos un buen trecho, hasta que la niebla empezaba a disiparse ligeramente y pude apreciar más detalles. Era como un decorado abandonado. Algo que pudo ser parte de una ciudad indefinida. Vacía. Caminamos por el asfalto resquebrajado y húmedo, no había ruidos, tan sólo mis pasos. Ella caminaba descalza. En mi torpeza, pisé una grieta que formaba un charco y al intentar apartar el pie, resbalé. Caí de bruces y golpeé con la cabeza en el suelo.

Estaba tumbado. Parecía una habitación lúgubre, oscura y tétrica. De lo más espartana. Una simple camilla donde yo reposaba y una silla frente a ella, sin ventanas, con el techo bajo y una puerta al fondo. Comencé a ver luces que cambiaban la tonalidad de la habitación del gris a un amarillo brillante. Luego anaranjada hasta llegar al rojo. Siluetas indefinidas parecían trepar por las paredes y el techo. Un sonido martilleante y agudo me dañaba los tímpanos. Parecían gritos de otro mundo, que me tenían atenazado, rígido y dolorido. Intenté moverme pero estaba paralizado. Me costaba respirar. Los sonidos aumentaron y se multiplicaron, fundiéndose con otros más graves. Me estallaba la cabeza, las siluetas parecían moverse más y más deprisa. Ya no distinguía nada. Ni el color, ni las formas, ni los sonidos. Estaba atrapado, sentía ganas de explotar. Mi cabeza parecía el centro de un volcán. Tiritaba. Hacía frío. Me desmayé.

Sentí un pinchazo que me sobresaltó. Me incorporé suavemente. Seguía en aquella maldita habitación gris, pero ya me podía mover y ver bien a mi alrededor. La niña me observaba sentada en la silla que tenía enfrente. Se levantó y se me acercó. Me dio una llave vieja. Se giró hacia a la puerta. Me invitó a seguirla. Esta vez no. Otro infierno como el que he pasado no. Pero no tenía otra opción. Sólo quería salir de esa maldita cavidad donde me sentí atrapado. Bajamos unas largas escaleras y aparecimos en el exterior. Era el mismo lugar. Todo asfalto y oscuridad. Casi a oscuras. Casi no podía caminar, estaba muy débil. Me sentía como si la barba me hubiese crecido, ¿cuánto tiempo había transcurrido? Estaba desconcertado, con dificultad para respirar y apenas podía sostenerme en pie, pero la seguí como pude. Me fue sacando distancia y en un intento de aproximarme más, intenté correr pero desfallecí. Caí al suelo, casi ahogado. Me di por vencido. La vista se me nubló. No veía nada. La niña se paró. Me observó pero siguió caminando.

Estaba tumbado. Estaba consciente pero no quería abrir los ojos. Temía comprobar si volvía a estar en aquella maldita habitación. Pero tenía que comprobarlo. No tenía frío. El olor me resultaba familiar. Abrí los ojos. Estaba en mi dormitorio. En mi cama. No había niña en la puerta y debía estar amaneciendo por la poca luz que se filtraba entre la persiana. Hacía viento y parecía llover. Me sentí aliviado. Tenía una llave en la mano. La que me entregó la niña. Fui al cuarto de baño y me miré en el espejo. Estaba demacrado, pero me sentía bien. En el cuello, a la altura de la garganta tenía una pequeña herida. Como de un pinchazo.

10 ene 2009

¡Qué paren las máquinas!


Cuando uno parece vivir en la espiral de la monotonía se suele buscar auxilio en cualquier vía de escape. Se agarra con tesón a un indicio de cambio. Más por trasladar las posaderas de sitio y sentir la circulación regando nuevamente que por convicción hacia la novedad. Pero uno es presa de sus decisiones y gusta de caminar como los trenes, en un dirección sólida, casi siempre en línea recta con difícil rectificación en poco espacio.

Quizás por ello me vi obligado a mantener mi querido gabinete con las puertas y ventanas casi cerradas. Dejando intuir que estaba vivo pero sin dar muestras demasiado tangibles. Necesitaba viajar, moverme en esas vías para parar en otras estaciones y así, sabedor de que sólo era un desplazamiento temporal, retornar con ganas invadidas de melancolía.

Ese viaje ha durado más de lo pensado, pero como no había nada planeado tampoco existía una fecha marcada en el calendario ni un billete de regreso que me detuviera. Ahora siento la necesidad del regreso, de abrir la ventana de los recuerdos y dejar que nuevamente afloren hondas historias de un pasado reciente que parecía superado. Pero no es fácil olvidar cuando la sinceridad, el deseo extremo y un extraño sentimiento de felicidad o satisfacción plena se apoderó de esta mente maltrecha, volátil y presa de la imaginación. Como un sueño de cine.

Ahora es el momento de levantar las persianas, airear el espacio y dejar que la vida retome su mejor cara. Dejar la puerta entreabierta para que siga sintiéndome acompañado, y esperar que la visita apropiada me haga sentir que todo puede volver a donde estuvo alguna vez.

Como las vías del tren, en ocasiones te encuentras con cruces de otras vías, que continúan paralelas y de repente desaparecen. Así que quiero que paren las máquinas, que yo me bajo. Me agarro a mi botella de whisky y retomo mi nuevo camino sobre mis pies, sin una ruta marcada y con ganas de vivir la noche y el día, excitarme en mi sofá pensando en bellas mujeres y seguir escuchando a esos personajes de ficción que tanto extraño. Con más arrugas, y un hígado más sano, el Dr. Strangelove no promete nada, pero al menos no olvidará más que su gabinete ha cumplido años y que hay que establecer ilusionantes proposiciones, aunque sólo sirvan para seguir el camino.

Si hay alguien por ahí, que sepa que el olor a naftalina se ha ido y que la calidez se ha apoderado de nuevo de este viejo espacio.